Antes de comenzar a plantar, lo primero que debemos hacer es decidir la clase de lechuga que trataremos. Les presentamos las más usuales:
Romana: es la clásica. Las hojas son más largas que anchas y se encuentran separadas por un nervio central.
Cogollos: de hojas apretadas y sabor más dulce.
De hojas sueltas: como su propio nombre indica, presenta las hojas disgregadas. Entre ellas destacan, por ejemplo, la Cracarelle y la Red Salad Bowl.
Iceberg: de forma redonda, son hojas superpuestas en capas que resultan crujientes al paladar.
¿Qué suelo necesito?
Para que nuestra labor se desarrolle de forma correcta, es necesario que el terreno sea arenoso-limoso -con lodo- y que cuente con un buen drenaje. Sólo procederemos a encalar cuando la acidez sea muy elevada, puesto que no permitirá una buena cosecha.
También hemos de tener en cuenta la época elegida para sembrar, ya que, por ejemplo, en verano el suelo debe ser rico en materia orgánica para que las plantas crezcan más rápido, o en primavera arenoso, porque se calienta antes y la recolección se puede realizar con más antelación.
Los primeros pasos para comenzar a plantar son nivelar el terreno, crear surcos y señalar la disposición de los diferentes ejemplares, que se ubicarán en una especie de banquetas para que no estén en contacto con la humedad. Por otro lado, no se recomienda limpiar el suelo con sustancias químicas, debido a que las lechugas son muy susceptibles a estos productos.
Unos completos cuidados
Las lechugas necesitan ciertas atenciones para que crezcan lo más saludables posibles. Os brindamos algunos consejos:
Su multiplicación se realiza mediante semillas. La siembra directa sólo se produce en casos aislados como en la variedad Iceberg en los Estados Unidos.
La distancia entre las plantas debe ser de 20 cm. y entre las filas, de 50 cm. Además, no sembraremos a más de 2 cm. de profundidad.
La temperatura debe oscilar en torno a los 15º C durante el día y los 5º C por la noche. El contraste es necesario y hemos de recordar que las lechugas soportan mejor las altas temperaturas que las bajas, aunque se muestran resistentes a las heladas.
Se adaptan muy mal a la escasez de humedad, no sobrevivirían a un periodo de sequía.
Respecto a los sistemas de riego, prevalecen dos: por goteo, en el caso de los invernaderos, y por cintas de exudación -tuberías de un material poroso que distribuye el agua de forma continua por medio de dichos poros- al aire libre, frente al descenso de otros, como el tradicional de aspersión. La mejor forma de regar es con mucha frecuencia pero empleando muy poca cantidad de agua, para que no se pudra la planta.
El abono no debe ser abundante, excepto en potasio, que es lo que más reclaman las lechugas, y en magnesio, que les potencia el color verde.
Hay que deshacerse siempre de las malas hierbas, que pueden acabar con la vida de la planta.
La recolección se realiza cuando observamos que la cabeza de la lechuga está compacta, con las hojas apretadas.
A la hora de almacenarla, lo ideal es hacerlo a una temperatura de 0º C.
Enfermedades y plagas
Como todas las plantas, las lechugas son susceptibles de contraer ciertas enfermedades o de ser atacadas por plagas. Las más habituales son:
Enfermedades:
Mildiu: se trata de unas manchas que aparecen en el haz de las hojas y que adquieren un color amarillento. Frecuentemente, se produce en primavera y en otoño, que es cuando el ambiente está más húmedo. No se recomienda tratarlas con productos, porque como su ciclo es corto, es mejor directamente cultivar las especies más resistentes.
Virus del mosaico: también son manchas sobre las hojas. Las causan los virus que habitan en las semillas o los pulgones. Comienza con motas verdes que van creciendo a la vez que lo hace la planta.
Pulgones: su forma de actuar es chupando la savia, de manera que la planta se marchita. Van desde las hojas externas avanzando al interior y su repercusión varía en función del clima. El momento más frecuente en el que atacan es el de la recolección.
Babosas: se comen las hojas durante la noche. Es muy fácil identificarlas, ya que dejan a su paso un reguero plateado.
Larvas de las polillas: como viven en el suelo, se alimentan de las raíces, marchitando las hojas.